
Prólogo
Josep Quilis i Álvarez
Las fuentes pueden esconder muchos secretos; unas vueltas callan y escuchan con un respetuoso tono de confidencialidad; otros, como es el caso de la fuente Redonda, pasan a ser las verdaderas protagonistas de la vida local de un pueblo en el que cualquier novedad debía ser comentada, muchas veces acaloradamente alrededor de esa fuente.
Siguiendo los versos de Juan, tan llenos de añoranza y ternura, nos vemos sumergidos en la década de los años sesenta, fundamentalmente, en un tiempo que ocultaba no pocas incertidumbres para todos los niños. La fuente del Ciruelo y sus alrededores nos esperaban a partir de las cinco de la tarde, al salir de la escuela, para reiniciar nuestras particulares batallitas en un escenario tan inalcanzable y grandioso que nos parecía entonces de película y que en el paso del tiempo se ha ido acurrucándose hasta convertirse en la actualidad en un pequeño y humilde espacio olvidado. Por otra parte, las fuentes progresivamente desapareciendo, algunas víctimas de la moderna agricultura que, al ir regando la superficie, de rebote estigmatiza los acuíferos a la mínima expresión.
También, en el pueblo han desaparecido los bebederos para que las caballerías han pasado a mejor vida. No entiendo, sin embargo, aquellos pueblos que retiran de la vía y vida pública sus fuentes, ya que la esencia de pueblo cobra mayor amplitud en poder refrescarte agachado bajo de ellas. No obstante, Otos aún podamos disfrutar de muchas de las fuentes que dan vida al poemario; nos queda, por ejemplo, la fuente Redonda si pulsamos el grifo, pero no el foro habitual que tal como nos comenta el amigo, a su alrededor murmura y “adquiría la dimensión de pueblo en sentarse sobre la piedra”; y sobre todo, en años generosos en lluvias, tenemos llena de vida la Fuente de Abajo; la cual, como evocadorament comenta Joan, sigue saliendo “impetuosa y con mirada pura” … Y por muchos años.